En 1839, el arquitecto Joaquín Cabrera declara en estado ruinoso el antiguo ayuntamiento y ve la necesidad de ampliar la plaza. En 1842, se acuerda derribar el viejo edificio y construir la nueva Casa de la Vila a cargo del maestro de obras Francisco Oltra.
En 1848, el edificio ya dispone de un salón de plenos y, en 1849, se acaba la obra con una segunda fase que constaba de un lugar común o porches dedicado a la lonja para la seda y tiendas.
El actual edificio es compacto, de tres alturas, coronado por un alerón de tejas cerámicas. En la parte superior de la fachada aparece el escudo de la villa y, en la parte inferior, justo sobre el arco de acceso, se conserva el balcón que se corona con una balaustrada. El edificio se adapta a la línea de la calle con un excelente cuerpo principal, con un gran mirador y estética neobarroca muy frecuente por esos años.
A finales del siglo XX, el Ayuntamiento ejecutó obras de ampliación con la compra de las dos casas colindantes, modificando toda su distribución interior y situando la puerta de entrada en su fachada principal, la cual da a la plaza.